
“Aquel que no se mueve no siente las cadenas”
Esta cita es atribuida a la revolucionaria Rosa Luxemburgo, quien fue, entre otras muchas cosas, una ferviente activista por los derechos de las mujeres y los obreros. Tenía la firme convicción de que las desigualdades de clase y género no eran dos cuestiones aisladas y ajenas entre sí, sino que debían abordarse a la vez (feminismo marxista). Le interesaba la totalidad de la revolución, negándose a mantenerse en un campo único de esta.
Nació en una familia judía en una Polonia zarista, paupérrima, y añorante de independencia (algo que ella rechazaba), el año de la unificación alemana, 1871. Ya en su adolescencia comenzó a vincularse con partidos de izquierda revolucionaria y con tan solo 18 años se unió a la dirección de un joven Partido Socialdemócrata Polaco, sin embargo, sus creencias antibelicistas, le hicieron alejarse de este partido al estallar la I Guerra Mundial (conflicto en el que pasó gran parte del tiempo encarcelada).
A diferencia de muchos de sus contemporáneos, Rosa Luxemburgo le daba a las mujeres un papel de gran relevancia tanto a lo largo de la historia, como en la actualidad. Para ella, las mujeres, específicamente las mujeres proletarias, debían ser las encargadas de hacer caer los pilares de la sociedad opresora y capitalista. Las mujeres burguesas no tenían semejante importancia en dicho pensamiento, pues ellas eran parte del problema, parte del motor opresor ejecutado contra los obreros y sobre todo, las obreras, marginadas económica y socialmente.
Según Rosa Luxemburgo, “para la mujer proletaria, su hogar es el mundo entero”, es decir, no bastaba con que algunas mujeres proletarias se revelasen en un contexto y país puntual, hacía falta un compromiso, una revolución internacional contra la opresión, la misoginia y el maltrato para acabar con las diferencias de género, y, dicho sea de paso, de clase. En esto coincidía con Vladimir Lenin, quien también defendía una revolución internacional, pese a que chocaron ideológicamente toda su vida.
Sin embargo, cabe destacar que esta brillante política no negó en ningún momento las diferencias físicas existentes entre hombre y mujeres, es más, las alabó. No obstante, fue de las primeras en denunciar los abusos sufridos por los obreros y obreras, de hecho, fue fiel creyente de que una causa de vital importancia para la insurrección, sería precisamente dicho sometimiento llevado a cabo por los poderosos.
Su compromiso con la revolución proletaria fue tal, que durante toda su vida fue perseguida por sus creencias y principios. Fue arrestada en numerosas ocasiones, una de ellas le llevó a pasar dos meses en la cárcel por “instigación a la lucha de clases” (cosa de la que, a título personal, creo que debió haberse sentido muy orgullosa).
Además de sus posturas feministas e insurreccionales, la figura de Rosa Luxemburgo destacó simbólicamente, entre otras muchas cosas, por su antibelicismo, que le llevó a instigar públicamente a los obreros y obreras para que se opusiesen a una inminente Gran Guerra, y principalmente para que no atacasen a obreros de otros países, pues el enemigo común era otro. Es por esto que consideraba que los nacionalismos centrípetos y movimientos independentistas eran una herramienta de los poderosos para desviar la atención de lo verdaderamente importante: la independencia económica obrera.
Esta carismática líder estudió Ciencias Naturales, Matemáticas, Filosofía, Economía, Historia y Derecho simultáneamente en la Universidad de Zürich. No obstante, su pensamiento destacó principalmente en el campo económico, llegando a escribir libros de economía política como Introducción a la economía política o La acumulación del capital (su obra más trascendental). Además, complementó su labor científica con su labor didáctica, pues impartía clases de economía política a figuras de futura relevancia histórica, tales como Paul Frölich o Friedrich Ebert (futuro presidente de la República de Weimar). Sus alumnos explicaban que era una profesora excelente, pues dominaba el tema a la perfección y tenía el don de la enseñanza.
Rosa Luxemburgo fue asesinada debido a sus ideales el 15 de enero de 1919. Le tendieron una emboscada con el beneplácito del ministro socialdemócrata. Su cráneo fue machacado con la culata de un fusil, y su cuerpo, posiblemente aún vivo, arrojado a un canal. No es de extrañar, que una mente tan privilegiada tuviese un destino tan trágico, pues su existencia era motivo de preocupación entre aquellos privilegiados que no deseaban que su posición se viese comprometida por los obreros. Paradójicamente, su muerte no hizo más que probar la certeza de su pensamiento en vida.
A lo largo de su vida, vivió una cruenta realidad a la que trató de sobreponerse. Era judía en un contexto de creciente antisemitismo; mujer libre en una sociedad fuertemente prejuiciosa (incluso dentro de su amado movimiento obrero); polaca en una Polonia titubeante entre los autoritarismos alemán, austriaco y ruso; socialista revolucionaria en una sociedad capitalista y opresora y antimilitarista y antiimperialista en un mundo que se repartía África a la carta, antes, durante, y después de la I Guerra Mundial. En definitiva, fue una mujer implacable, cuyo pensamiento no podía supeditarse a dogmas o doctrinas. Con su muerte, el marxismo perdió, no solo a una de sus figuras más simbólicas, sino a una de sus mentes más prodigiosas.
Bibliografía:
Qué hizo Rosa Luxemburgo, la pionera feminista y revolucionaria – La Cadera De Eva
LA MUJER EN EL MOVIMIENTO OBRERO | Solidaridad.net
Rosa Luxemburgo: la revolución y el feminismo socialista, de María Dolores Nieto
Foundation – Rosa-Luxemburg-Stiftung
Autora: Ana-Belén Dornas Herrero